Servil con el déspota, arrogante con el débil. Éste podría ser el lema del ministro Miguel Ángel Moratinos. Y también el bochornoso leitmotiv de toda la política exterior del zapaterismo. La guinda, Honduras. La ristra, Cuba, Marruecos, Venezuela o la vergüenza –nunca mejor dicho– de Gibraltar.
Vayamos por partes. El Gobierno ha venido manteniendo, respecto de la situación del país centroamericano, una postura más chavista que la del propio Chávez. Si la alianza con el eje chavista –la izquierda carnívora– resulta insostenible en términos tanto de justicia, como de defensa de los intereses estratégicos de España, no es menos grave la pésima proyección internacional que tal actitud implica para nuestro país. Así, al enrocarse en la defensa de Manuel Zelaya sin dignarse siquiera a hacer caso al dato de la realidad, el sectarismo del Gobierno español merece tanta censura interna como descrédito internacional.
Nada se salva de la gestión de Moratinos en Honduras. En primer lugar, el Gobierno actúa con irresponsabilidad en su tibieza al aceptar la victoria de Porfirio Lobo, resultado de unas elecciones limpias, que cuentan con todas las bendiciones de los observadores internacionales.
En segundo lugar, al no estar presente, según es tradición, el Príncipe de Asturias, en la toma de posesión de Lobo, se siembra un nefasto precedente ante toda Hispanoamérica, por el cual España actúa movida por prejuicios ideológicos. En tercer lugar, el Gobierno opta por un casi definitivo alineamiento con los sátrapas del Continente –Zelaya, Chávez, Castro, Morales– en vez de hacerlo con los países mejor gobernados de la región, de la Colombia de Uribe al Chile del recién electo Piñera. Pero lo que ante todo debe condenarse es la virulencia con la que Moratinos se ha venido manifestando en pro de Zelaya, que gobernó con un programa de corte chavista con el que no se había presentado y ha de responder por múltiples violaciones a la ley, entre ellas la de traición a la patria.
En clave española, además de señalar que el Ejecutivo vuelve a utilizar a la Casa Real según sus obsesiones ideológicas, la posición de Moratinos ante Honduras no hace sino agravar el ya pésimo acumulado de nuestra acción exterior desde 2004. El ridículo conseguido, lamentablemente, lo recibe todo el país, y no sólo el Gobierno, igual que todo el país se ve perjudicado por las inmoralidades del sectarismo en lo que respecta a Honduras y de la realpolitik con los regímenes de Cuba o de Guinea o con los abandonados saharauis.
Súmese a este encarnizamiento con los débiles la voluntad de humillación ante el poderoso, como se ha visto, cesión tras cesión, con Gibraltar, hasta culminar en la felonía, hasta ahora impensable, de la visita el año pasado de Moratinos al Peñón. Tanto aquel viaje servil como la existencia misma de un Foro Tripartito (británico, gibraltareño y español) contribuyen a dar carta de naturaleza a la Roca como si fuera un Estado. Y, que nadie se engañe, Londres se aprovecha de la bajada de pantalones de la España de Moratinos y Zapatero con episodios tan preocupantes y chuscos como el pim-pam-pum a la bandera española en aguas de Gibraltar o la vejatoria detención de guardias civiles en cumplimiento de sus funciones. Y, más allá de sus burlas, el Reino Unido juega a la política de hechos consumados, dando a estos desatinos un valor irreversible. Porque, de Honduras a Gibraltar, la política internacional española va de desastre en desastre.
miércoles, enero 27, 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario