Por Pablo Molina.
El fichaje de Núñez Feijóo, para colaborar en el gabinete que asesora al responsable del departamento más importante de la Junta de Galicia, es un poco más modesto que los que tradicionalmente realiza el PSOE desde que los socialistas llegaron al poder en los años ochenta.
Servidor, que a mediados de aquella década era funcionario de carrera en una administración autonómica gobernada por el PSOE, tuvo como director general a un señor de diecinueve años (lo juro), cuyo principal mérito, aparte de ser "hijo de" y formar parte de la directiva de las juventudes socialistas, era su destreza en el juego del Tetris, a cuyo perfeccionamiento dedicaba duras sesiones de entrenamiento en un salón de juegos recreativos que había frente a las oficinas de la consejería. Trescientas mil pesetas de los años ochenta, era lo que los contribuyentes pagaban mensualmente a este joven de estado para que realizara muchas "políticas de juventud" y dinamizara los movimientos juveniles en los ratos que le permitía su principal ocupación: llegar al grado "Fuck Master" en el endiablado juego electrónico de encajar piececitas a toda velocidad.
No hemos avanzado nada. La juventud sigue siendo una "virtud" política en lugar de un grave defecto, y el hecho de haberse dedicado desde pequeñito a medrar en un partido un mérito curricular, en lugar de una perversión impropia de una edad en la que uno debería alejarse de la política todo lo posible para dedicarse a entender cómo funciona el mundo real, lo que en tiempos más civilizados se llamaba "hacerse un hombre de provecho".
Los pajines no sólo nos sacan la pasta sino que, además, nos quieren gobernar. Ignoro la valía de los consejos que este joven estudiante de derecho (¡anda, como Pepiño!) va a proporcionar al responsable gallego de Economía e Industria, pero a juzgar por los contenidos de su blog no parece que el rapaciño sea precisamente Manuel Pizarro. Mil eurazos mensuales, sin horario ni cometido concreto y pisando moqueta todo el día no es precisamente el puesto de trabajo que más se estila entre los jóvenes de veintiún años, pero es que no todos tienen una gran conciencia política desde la infancia, como le ocurre a los pajines de todos los partidos.
En todo caso, ante esta generación de políticos veinteañeros se abre un futuro lustroso, amarrados a la ubre presupuestaria hasta que a los cincuenta se encaminen hacia el cementerio de paquidermos del Parlamento Europeo para terminar de hacerse un capitalito. Si llegan a la treintena sin verse afectados por la corrupción no habrá más remedio que declararlos Padres de la Patria.