Un artículo en El País de este miércoles muestra la preocupación que provocan los cambios en el panorama mediático y, sobre todo, el miedo que da en el periódico de PRISA "una derecha mediática en plena forma" decisiva "en el viraje ideológico de intelectuales, profesionales y clases medias".
El artículo, firmado por el profesor universitario Ignacio Muro Benayas (que fue durante años director de varios departamentos de la Agencia EFE) muestra desde su título,"Una derecha mediática en plena forma", la preocupación del autor porque la izquierda no monopolice la opinión sino, que más bien al contrario, vea como otras opiniones y otros puntos de vista ocupan parte del terreno que sentía como propio.
No sólo eso, todavía más preocupante le parece que estos cambios en el panorama mediático han sido decisivos "en el viraje ideológico de intelectuales, profesionales y clases medias a partir de los noventa". Por supuesto, el autor no entra a valorar que en el plano puramente ideológico y tras la caída del muro de Berlín la izquierda ha quedado fuera de juego en muchos aspectos, sino que todo ha sido producto de la prensa.
De nuevo, el 11M
El artículo de Ignacio Muro no desperdicia la oportunidad de presentar la cobertura del 11M como ejemplo del periodismo ideologizado, pero no se refiere a los medios, como el propio El País, que sistemáticamente ocultan las novedades relevantes que se vienen produciendo alrededor del caso algunas incluso en sede judicial, sino de aquellos que han seguido buscando la verdad.
Así, se pregunta: "¿Periodismo? Difícil afirmarlo cuando se insiste en presentar mil veces como novedad lo que se sabe agotado. La reiteración de portadas sobre Trashorras o el titadine hace mucho tiempo que dejó de ser supuestamente informativa, sólo se justifica por el deseo de activar una asociación subliminal entre el 11-M y las ideas de confusión, duda o chapuza".Teniendo esa peculiar teoría sobre el 11M no es de extrañar que el autor del artículo padezca una auténtica obsesión con El Mundo, periódico al que dedica los párrafos más duros de su artículo, como el que se refiere a la habilidad de Pedro J. Ramírez, al que por cierto no cita por su nombre, para "remover las vísceras nacionales desde la aversión a los nacionalismos periféricos, ha alimentado oportunamente la peor mitología conservadora que asimila la pluralidad de España a su condición de roja o rota".
Algunos párrafos son difícilmente comprensibles y resultan un tanto delirantes, como el que dice que "el sustento [por parte de El Mundo] a Rosa Díez, última perla de la "regeneración" política, es la cuña imprescindible para impedir una alternativa en Madrid, feudo de la Esperanza de algunos". En otras ocasiones se trata de frases sueltas muy exaltadas y de intención lapidaria, pero no muy llenas de contenido, como cuando habla de "la exultante y sectaria vitalidad de la nueva derecha".
Particularmente interesante resulta el momento en el que el autor recurre a un viejo método de la izquierda: acusar al rival de lo que uno mismo está haciendo en ese instante. Así, dice sin aparente sonrojo: "El insulto y destrucción del adversario no es coyuntural, es una tarea permanente en la que se han empleado a fondo los medios conservadores".
El artículo concluye recordando que es un fenómeno que también se ha dado en Estados Unidos, entre otras razones porque "una sabia combinación entre derechización del pensamiento y capacidad para movilizar emociones ha otorgado a la "derecha mediática" un enorme papel ideológico y político".
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