Artículo de Pedro-Juan Viladrich.
Perdónenme la confidencia. No vivo de día, no duermo de noche. Según mi psiquiatra, padezco una variante severa de responsabilidad patológica. Parece que se me ha infiltrado una paranoica preocupación por la educación de la juventud. Mi terapeuta atribuye el mal a un error enorme que me ha anidado profundo. Dice que yo supongo que la educación es muy importante, que la buena es un capital para cada joven y para la sociedad y que la mala es abismo de limitaciones y desgracias. “¿Buena o mala… eso qué significa? –me reprocha el galeno- Olvide esos palabrones, que no existen y nos dramatizan. Relájese, hombre, relájese. Cómprese muchas gafas de sol de diferentes colores. Las cosas son según el color del cristal con que se miran. Y si algo le desasosiega, recuerde la tecla borrar y, como en su ordenador, apriétela, borre, y aquello ya no existe”. Ha añadido: ”Son trescientos euros por la consulta”.
Decido hacerle caso, porque trescientos cada sesión, si esto se me alarga, son demasiado argumento. Armado de gafas de colorines y con mi dedo pronto sobre el gatillo “borrar”, les cuento mi nueva visión de la educación, conseguida espigando de aquí y de allá. Siempre experiencias de primera y autores de gran talla. Son recetas infalibles para canalizar la formación de nuestra juventud. Si quien me lee tiene hijos, me agradecerá de por vida seguir los siguientes consejos. Primera. Espontaneidad de pareja ante los hijos. Coja a su pareja –da igual que sea madre o padre biológico de sus hijos o padrastro, madrasta, transeúnte ocasional o personal inespecífico- y, a lo que vamos, insúltense sin medida ni respeto alguno. Nada de horarios: abierto veinticuatro horas. Sobresaliente si, además, llegan a las manos, puños y patadas. Matrícula de honor si, sacudiéndose delante de los más pequeños, logran que todos participen. Recuerden que la violencia es espontaneidad y genera confianza íntioma entre toda la banda. Los resultados son extraordinarios y, se aceleran, si acompañan la severidad y frecuencia de las palizas con ingesta de porros, alcohol u otras drogas. Recuerden: que todos participen, según peso, con libre espontaneidad.
Segunda. Adopte costumbres progre-cutres en su casa. Sugerencias concretas muy saludables. Ni se le ocurra regañar nunca a sus hijos, no sea que se enfaden y se le pongan violentos. Consiéntanles todo lo que pidan, sobre todo si lo exigen con amenazas o chantajes. Favorezca la creatividad de las palabrotas y los tacos. Muéstrese complaciente con su desorden, apatía y vagancia. Riánles sus burlas al prójimo. Favorezca su narcisismo, alabándoles cuanto hagan, jurándoles con la baba en la boca que son genios especiales. Son sus profesores los imbéciles por no comprenderles. Elogie como astucia sublime la tendencia a ser vampiro, parásito y sanguijuela. Es decir, cualquier comportamiento que suponga vivir a expensas del trabajo, la disciplina y los sudores de los demás. Si apuntaran lo que antaño se llamó virtud, califíquela pronto de hábito facha, religioso y medieval: por ejemplo la higiene o el madrugar. No olvide lo de medieval. Probablemente usted y ellos ignoren qué significa, pero tiene efectos demoledores.
Tercera. Sea humilde y liberal. ¿Desde cuando y por qué sufre la increíble ocurrencia de pensar que, simplemente por ser su padre o su madre, tiene el derecho y mucho menos el deber de bien educar a sus hijos? ¿No se da cuenta, pajarito ingenuo, que educar según ciertos valores le obligará a usted a asumir responsabilidades y dar ejemplo de lo que predica? Sea listo y moderno. Déjeles a sus anchas. Así también sus hijos le dejarán a la suyas. Quien no pide explicaciones, tampoco tiene que darlas. ¿Quiere corren en vez de andar? Un activador infalible es que consienta la entrada en casa de pornografía. Mejor introdúzcala usted mismo, enseñe a sus hijos dónde encontrarla en Internet. Sostenga aquello de que la masturbación es el mejor método de conocerse a sí mismo. Libérese de sus hijos anclándoles en el televisor. Convierta la coja tonta en su nuevo cordón umbilical con la realidad. Nada de lecturas de ningún libro “gordo”. Prohiba la tabarra de los clásicos. Mejor si no saben apenas leer y escribir. Alégrese si ve que se agobian ante la segunda línea.
Cuarta. Se realista: “la pela es la pela”. El dinero es lo más importante en la vida. Ese si que es el verdadero dios. En su nombre, todo se compre y vende, porque todos tienen un precio. De muestras de su sagacidad ante cualquier tentación de austeridad, ahorro y trabajo. Seguro que encuentra la manera de explicar lo alto por lo bajo, mostrando con su colmillo los bajos instintos que se ocultan bajo la sobriedad y el sacrificio. Cuanto antes consiga que a sus hijos le crezca este colmillo retorcido, mejor que mejor. Alégrese de que adoren al becerro de oro y pongan precio a todo, en especial a las personas. Pronto conseguirá que sus hijos miren a sus hermanos, abuelos, amigos, compañeros y vecinos en términos de pura utilidad egoísta. Tenga paciencia, no acabará el día sin que sienta que también le ven así a usted, padre y madre. Si un día sus hijos, como es de esperar, tienen ganas de darle una paliza a un viejo, a un indigente, a un deficiente o a cualquier adversario, alégrese y ponga sus barbas a remojar. El próximo será usted…. en casa o en el asilo.
Quinta y última por hoy. La mejor educación es la completa ausencia de educación. Tenga prohibido en casa cualquier referencia a una moral. Búrlese o, según convenga, atice con el puño si esa moral fuera próxima a la cristiana. Ármese del argumento de la libertad, según el cual el buen padre debe evitar imponer ningún valor moral durante la infancia y adolescencia, para que así cuando sean adultos puedan elegir libres de cualquier influencia o condicionamiento familiar. Deseche ideas malsanas y estúpidas. Por ejemplo, que los niños y todo menor –como los árboles- necesitan alimento moral, seguimiento de su crecer personal, abono y poda. Crea a pies juntillas que si los padres no les educan en nada, también nadie –ni la tele, ni los amigotes, ni los malos ejemplos y compañías- dirá nada y sus hijos crecerán como una página en blanco, buenos y perfectos por pura naturaleza espontánea. Sea crédulo con ese dogma, por favor, y olvide para siempre que por ser padre o madre debe educar. Pero, ¿educar…. eso qué ¡coño! es, padres entrometidos, autoritarios y arrogantes? p.d. Tengo el placer y la seguridad, queridos padres, que siguiendo estas infalibles recetas, además de disfrutar con su fracaso escolar, tendrán la excelsa experiencia de poder visitar a sus hijos en el reformatorio o en la cárcel. Tal vez, incluso, allí pasen con ellos más tiempo –durante la visita quincenal o mensual- del que les dedicaban cuando estaban en casa. Enhorabuena.
sábado, abril 04, 2009
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