Desde la caída del Muro de Berlín estamos asistiendo a la mayor operación de maquillaje político puesta en marcha por la izquierda política para ocultar su orfandad ideológica. La caída del Muro representó el final de la ideología marxista, que, ante la evidencia de su aterrador historial de falta de libertad y de persecución y asesinatos a lo largo del siglo XX, fue rechazada definitivamente en Europa y la hizo inservible como sustento ideológico de la izquierda. El llamado socialismo real había quebrado.
En este estado de cosas, los ideólogos y los técnicos del marketing político de la izquierda reaccionaron proponiendo una alternativa, carente de contenido ideológico, pero que daba una nueva imagen de modernidad a la izquierda: el progresismo. La izquierda ya no es marxista o socialista; es progresista.
Hay que reconocer que el éxito está siendo arrollador. Pero también hay que decir que lo está siendo por la pasividad acomplejada de la derecha, que no ha sido capaz de exigir las adecuadas responsabilidades políticas a quienes machacaron ideológicamente el siglo XX. Coloquialmente, se está admitiendo de forma generalizada definir a los partidos de la izquierda y a sus partidarios como progresistas. Un término que suena magníficamente, tanto en sentido activo como pasivo: modernidad y progreso frente a retrógrados y carcas de la derecha.
Todo ello se está consiguiendo sin esfuerzo, gracias a la tonta aquiescencia de aquéllos contra quienes se utiliza. Falta una reacción similar, de marketing político, para demostrar la falacia del término progresista. Un término hueco, como lo está la actual ideología de la izquierda, que sólo sirve como impostura para ocultar la falta de propuestas efectivas de mejora real de la situación de cada sociedad y el vacío intelectual del izquierdismo.
El manto progresista que hoy cobija a las ideologías izquierdistas es un auténtico caballo de Troya que las sociedades occidentales, y muy destacadamente la española, están permitiendo que sirva para ocultar el peligro de unas ideologías con grandes rasgos antidemocráticos, que sólo entienden la democracia como un mecanismo legitimador de su uso del poder, al cual creen tener derecho natural, pero al cual no se someten pacíficamente cuando el poder lo ejercen ideologías liberal conservadoras.
Las ideologías izquierdistas pretenden que sea progresista el actual abuso de los sindicatos, que, representando a una ínfima minoría de los trabajadores, se han convertido en un mero grupo de presión subvencionado abusivamente, sin proteger de forma real y efectiva a los trabajadores.
¿Acaso están los sindicatos protegiendo adecuadamente a los jóvenes españoles de 20 a 30 años, cuya tasa de paro es del 40%, cuando la mayoría de ellos no ha conseguido siquiera su primer trabajo?
Las ideologías izquierdistas pretenden, igualmente, que sea progresista un gasto público desenfrenado y no productivo, dedicado en gran medida a la protección y mantenimiento de cotos electorales a base de subvenciones ideológicas. ¿Qué rentabilidad tiene el Plan de Empleo Rural en términos de productividad de la economía española? En vez de estimular la creación de riqueza mediante inversiones productivas, se busca la dependencia ideológica de los perceptores de los subsidios. No hay mejor ejemplo del falso progreso de la izquierda que el empobrecimiento actual de la sociedad española.
En el plano social, se pretende por los izquierdistas que es progresista la manipulación de las mentes de los jóvenes estudiantes (Educación para la Ciudadanía lo llaman) para conseguir un adoctrinamiento político de la sociedad. Todo ello dentro de un sistema que ha conseguido que la educación haya dejado de ser un proceso de adquisición de conocimientos que, a través del esfuerzo y del afán de superación, permita a los jóvenes de hoy mejorar en sus expectativas de desarrollo personal y social.
Es progresista ofrecer la igualdad en la mediocridad a la que nos han llevado los partidos izquierdistas. Mucha ideología de género, protección de minorías gays y lesbianas y ataques a la estructura tradicional de la familia y a los principios morales cristianos, han servido para que la sociedad española abdique de la excelencia, las mujeres sean cuotas, los hijos no puedan independizarse hasta edades muy tardías para formar nuevas familias y, en definitiva, se hayan perdido los referentes que estructuran las sociedades que buscan el progreso a través del trabajo y del esfuerzo de sus ciudadanos, del estudio y la investigación, y no mediante la protección subsidiada a los ciudadanos que otorga graciosamente el poder político. Éstas son las consecuencias de las ideologías izquierdistas, muy distantes del auténtico progreso que se pretende vender.
Así pues, la falacia de los falsos progresistas, es que no son más que los viejos y conocidos izquierdistas. Es necesario desenmascarar esta estrategia; pero, sobre todo, es necesario retirar del diccionario político el uso de la palabra progresista para referirse a ideologías simplemente “izquierdistas”.
*Santiago Mora Velarde es notario.
En este estado de cosas, los ideólogos y los técnicos del marketing político de la izquierda reaccionaron proponiendo una alternativa, carente de contenido ideológico, pero que daba una nueva imagen de modernidad a la izquierda: el progresismo. La izquierda ya no es marxista o socialista; es progresista.
Hay que reconocer que el éxito está siendo arrollador. Pero también hay que decir que lo está siendo por la pasividad acomplejada de la derecha, que no ha sido capaz de exigir las adecuadas responsabilidades políticas a quienes machacaron ideológicamente el siglo XX. Coloquialmente, se está admitiendo de forma generalizada definir a los partidos de la izquierda y a sus partidarios como progresistas. Un término que suena magníficamente, tanto en sentido activo como pasivo: modernidad y progreso frente a retrógrados y carcas de la derecha.
Todo ello se está consiguiendo sin esfuerzo, gracias a la tonta aquiescencia de aquéllos contra quienes se utiliza. Falta una reacción similar, de marketing político, para demostrar la falacia del término progresista. Un término hueco, como lo está la actual ideología de la izquierda, que sólo sirve como impostura para ocultar la falta de propuestas efectivas de mejora real de la situación de cada sociedad y el vacío intelectual del izquierdismo.
El manto progresista que hoy cobija a las ideologías izquierdistas es un auténtico caballo de Troya que las sociedades occidentales, y muy destacadamente la española, están permitiendo que sirva para ocultar el peligro de unas ideologías con grandes rasgos antidemocráticos, que sólo entienden la democracia como un mecanismo legitimador de su uso del poder, al cual creen tener derecho natural, pero al cual no se someten pacíficamente cuando el poder lo ejercen ideologías liberal conservadoras.
Las ideologías izquierdistas pretenden que sea progresista el actual abuso de los sindicatos, que, representando a una ínfima minoría de los trabajadores, se han convertido en un mero grupo de presión subvencionado abusivamente, sin proteger de forma real y efectiva a los trabajadores.
¿Acaso están los sindicatos protegiendo adecuadamente a los jóvenes españoles de 20 a 30 años, cuya tasa de paro es del 40%, cuando la mayoría de ellos no ha conseguido siquiera su primer trabajo?
Las ideologías izquierdistas pretenden, igualmente, que sea progresista un gasto público desenfrenado y no productivo, dedicado en gran medida a la protección y mantenimiento de cotos electorales a base de subvenciones ideológicas. ¿Qué rentabilidad tiene el Plan de Empleo Rural en términos de productividad de la economía española? En vez de estimular la creación de riqueza mediante inversiones productivas, se busca la dependencia ideológica de los perceptores de los subsidios. No hay mejor ejemplo del falso progreso de la izquierda que el empobrecimiento actual de la sociedad española.
En el plano social, se pretende por los izquierdistas que es progresista la manipulación de las mentes de los jóvenes estudiantes (Educación para la Ciudadanía lo llaman) para conseguir un adoctrinamiento político de la sociedad. Todo ello dentro de un sistema que ha conseguido que la educación haya dejado de ser un proceso de adquisición de conocimientos que, a través del esfuerzo y del afán de superación, permita a los jóvenes de hoy mejorar en sus expectativas de desarrollo personal y social.
Es progresista ofrecer la igualdad en la mediocridad a la que nos han llevado los partidos izquierdistas. Mucha ideología de género, protección de minorías gays y lesbianas y ataques a la estructura tradicional de la familia y a los principios morales cristianos, han servido para que la sociedad española abdique de la excelencia, las mujeres sean cuotas, los hijos no puedan independizarse hasta edades muy tardías para formar nuevas familias y, en definitiva, se hayan perdido los referentes que estructuran las sociedades que buscan el progreso a través del trabajo y del esfuerzo de sus ciudadanos, del estudio y la investigación, y no mediante la protección subsidiada a los ciudadanos que otorga graciosamente el poder político. Éstas son las consecuencias de las ideologías izquierdistas, muy distantes del auténtico progreso que se pretende vender.
Así pues, la falacia de los falsos progresistas, es que no son más que los viejos y conocidos izquierdistas. Es necesario desenmascarar esta estrategia; pero, sobre todo, es necesario retirar del diccionario político el uso de la palabra progresista para referirse a ideologías simplemente “izquierdistas”.
*Santiago Mora Velarde es notario.
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